17.1.09

La nueva conformación de la sociedad con la tecnología omnipresente de internet.

“El internet está en todas partes, como Dios en el medioevo”. La frase, por supuesto, no es mía, pero refleja a la perfección la sensación que nos produce saber que el internet todo lo sabe, todo lo ve, todo lo escucha y, por supuesto, lo cuenta.

Desde la existencia de la Wikipedia (esa enciclopedia que parece compendiar todo lo que puede causar curiosidad en el universo) hasta las múltiples páginas gestionadas por usuarios en donde se comparte información inimaginable: todo aquello que nos preguntamos (desde la estructura interna de la célula y las más recientes teorías atómicas o cuánticas, hasta la última dieta de Paris Hilton) y lo que nunca creímos que se pudiera preguntar.

El acceso a tanta información ha generado una sociedad más curiosa, aunque no necesariamente mejor informada. En general, la gente confía en lo que se encuentra en internet con bastante facilidad, y la experiencia nos muestra que la mayoría de los usuarios se quedará con alguna de las 3 primeras páginas que aparezcan en un buscador con respecto al tema que le interesa. De esta forma, la máxima autoridad no es quien más sabe del tema, sino quien mejor SEO tiene.

Otro de los elementos a tener en cuenta al hablar de la dinámica social que motiva el internet es, por supuesto, las redes sociales. Aunque ya hablamos de ellas en un artículo anterior, podemos retomar el concepto de ágora o plaza central del pueblo para referirnos a las funciones que cubren estos sitios: ver, ser visto, compartir información, reunirse a jugar, intercambiar objetos y en general conocer a los amigos de los amigos; pero también promover productos, servicios, causas sociales, fundaciones, ideologías e ideas.

No es necesario ya hacer hincapié en la forma en la que estas dinámicas influyen en los jóvenes: desde los más aislados hasta los más sociables se encuentran igualmente inmersos en estos lugares, buscan de las mismas maneras, esperan más o menos lo mismo de la web.

Internet es más que una herramienta, es el verdadero origen del infotainment y de la idea del espectáculo como algo sostenido. Aunque ya hablamos sobre el triunfo del internet sobre la televisión, sería importante aquí aventurar algunas hipótesis de las razones por las cuales ocurre esto.

Internet ha permitido que el público no sólo sea un receptor de información, sino que genere sus propios contenidos a su antojo. De ser sólo recs, han pasado a ser emirecs, receptores y emisores a la vez. Esta modalidad estimula el interés por los contenidos de una manera mucho más eficaz, ya que cualquier cosa que pueda hacerse, puede mejorarse.

Esto también ha acrecentado la noción de que la esfera privada puede (y debe) volverse pública. De ahí el triunfo de los weblogs personales por sobre los repositorios de información, y de los perfiles de redes sociales por sobre los weblogs personales.

Otra de las nociones que se han acrecentado en la sociedad a causa de estas tendencias es la sensación de que la información es, ante todo, efímera. En un mundo en donde las enciclopedias pueden ser modificadas por cualquiera que tenga conocimientos sobre el tema, no existe nada fijo e inmutable, excepto el cambio (cosa que sin duda asustaría al mismo Heráclito de Éfeso), y aún eso está en tela de juicio. De ahí el interés que ha cobrado el microblogging: un post es un espacio demasiado largo como para llenarlo antes de que las circunstancias se modifiquen: el blog ha muerto, viva el Twitter.

En fin. La humanidad ha visto más cosas en los últimos 100 años de las que había visto, acumuladas, en toda la historia de la humanidad. Es de entenderse por qué tenemos todos esa sensación de vivir en un mundo inaprensible por los métodos tradicionales, un planeta en el que para seguir igual hay que mantenerse en movimiento. Los ciudadanos de internet están en todas partes y en ninguna, son capaces de generar no sólo lo que desean ver, sino las repúblicas que los gobiernen sin un territorio fijo (Sealand, Virtuania, Lizbekistan… ).

Internet por si mismo no está cambiando a la sociedad: la sociedad genera al internet, y ambos se retroalimentan mutuamente y se modifican una y otra vez. La tecnología, desde siempre, ha modificado a quienes la usan; genera sus propias necesidades, pero también ha de adaptarse a las necesidades intrínsecas de quienes la utilizan. Internet es, pues, lo que los usuarios quieren hacer de él y de su sociedad, todo en uno.

El uso de la tecnología por niños y jóvenes

“Tía (o tío, o mamá; inserte aquí al adulto de su preferencia), ¿me prestas tu celular?” se ha transformado en una de las diez frases más escuchadas por cualquier adulto del mundo contemporáneo. De la misma forma, los famosos Reyes Magos tienen que atender cada vez más solicitudes relacionadas con videojuegos, teléfonos celulares, cámaras digitales y computadoras personales.

De acuerdo con un estudio realizado en España por la organización red.es y publicado en el periódico El País, la proporción de hogares con niños que tienen un alto nivel de equipamiento tecnológico es de 40.8%, mientras que en hogares sin niños se sitúa en 31.7%. Esto indica que los niños y jóvenes resultan un impulso tecnológico dentro de sus hogares, probablemente debido a que son mucho más curiosos con respecto a nuevas tecnologías que los adultos, además de familiarizarse mucho más rápido con ellas.

Para los niños y jóvenes, este temprano contacto con la tecnología tiene importantes consecuencias (y no sólo nos referimos con ello al incremento en la agilidad de sus pulgares): mientras más temprano se integre una persona al uso de nuevas tecnologías y desarrolle sus habilidades en este campo, más fácil le será acceder a los próximos avances.

De hecho, la verdadera brecha digital de la que hablamos ya no sólo existe entre los niveles sociales altos medios y los bajos; la más profunda se encuentra entre los que adoptan las tecnologías en forma temprana, y los que llegan más tarde en su vida a ellas. Pensemos en las diferencias de la curva de aprendizaje para utilizar un equipo electrónico cualquiera entre un niño de 8 años, su padre de 30 y su abuelo de 60: mientras el padre necesitará leer el instructivo, al niño le bastarán un par de tardes en contacto con el aparato para comprender las funciones casi totalmente; por su parte, el abuelo probablemente pase por una cuota bastante alta de frustración antes de lograr dominar las funciones más básicas.

Queda claro que quienes tienen acceso a las tecnologías más temprano aprenden a aprovecharlas mejor, pero ¿toda esta tecnología no estará resultando perjudicial? Es un hecho que, desde siempre, se ha venido hablando de los efectos nocivos de los videojuegos: la posibilidad de que alteren la percepción de realidad en sus usuarios y los hagan más pasivos, incapaces de diferenciar el bien del mal, la verdad del juego, lo posible de lo imaginario… inclusive se les ha vinculado con los comportamientos violentos de las nuevas generaciones (y los casos extremos, como las masacres de estudiantes en diversas escuelas de Estados Unidos).

Sin embargo, nuevos estudios han demostrado la capacidad de los videojuegos para mejorarla interacción de quien los juega con la realidad: mejores reflejos, mejor capacidad para comprender la información visual compleja, e inclusive el beneficio de su uso como simuladores de entrenamiento para pilotos y cirujanos. De esta forma, la posibilidad de confundir virtualidad y realidad se transforma en volver a lo virtual el campo de pruebas de la realidad.

Además, internet representa una dinámica totalmente nueva en el consumo de medios. En el año 2001 había en México 7 millones de usuarios de Internet; para el año 2007 la cifra ya había crecido hasta 20 millones. Este medio cuenta con características dicotómicas, como bien señala Giovanni Sartori en su obra Homo videns: si bien permite el uso como medio de conocimiento, sus características lo hacen también ideal como entretenimiento. Un entretenimiento, además, distinto de la televisión: si bien ésta debe ofrecer productos de masa, capaces de llegar a un público cautivo muy numeroso, internet proporciona productos infinitos, a medida de diferentes intereses.

Este punto queda confirmado si atendemos al estudio global realizado por Nickelodeon, MTV y Microsoft, en el que sólo 20 por ciento de los jóvenes entre 14 y 24 años admitió su interés por la televisión. Estas nuevas generaciones están acostumbradas a los cambios rápidos y los contenidos dinámicos de la web, lo que en realidad ha puesto a la televisión a temblar: prueba de ello son los diversos segmentos de programas de revista, que ahora incluyen “los videos más divertidos de internet”. De esta manera, ocurre un cruce de información entre pantallas que más bien tiende a empobrecer los contenidos de ambos lugares. Pero la influencia de internet es tema que da para un artículo aparte, que será el cuarto y último de la serie.
Según el mismo estudio, el joven promedio tiene 94 números de teléfono en móvil, 78 personas en su lista de amigos en un sistema de mensajería y 86 personas en su comunidad virtual. ¿Alguna vez habíamos tenido una visión tan clara sobre el inventario de contactos de una persona común y corriente? Es casi seguro que, de habérsele preguntado a los jóvenes de hace un par de décadas cuántas personas conocían, la respuesta no habría superado los 60 en promedio (considerando que, entre los jóvenes actuales que conozco, la mayoría supera fácilmente los 200 contactos en sus comunidades virtuales).

¿Qué tan profunda es la relación que tienen con estos contactos? Seguramente variada, probablemente superficial con la mayoría. Lo cierto es que, desde los tiempos de los abuelos, “los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de una mano”… y ahora los jóvenes los despliegan en una ventana especial del Facebook.

La influencia de la tecnología en los ambientes sociales

Los humanos hemos regresado a las cavernas. Si no, que se lo pregunten a los hikikomori, los jóvenes japoneses que han decidido enfrentarse a la vida no enfrentándola y permaneciendo en el último bastión de resistencia que les queda: su habitación, la forma moderna —y más confortable— de la cueva.

Son ellos quienes aprovechan los blogs para proponer la solución radical a su aislamiento: suicidarse en grupo. Al menos eso hicieron decenas de jóvenes en el año 2002, que fue, digamos, el lanzamiento oficial de este “movimiento social” (porque decirle enfermedad, al parecer, está mal visto). Son también estos jóvenes los que usan ese tiempo eterno que los tiene atrapados en cosas como ver televisión, jugar videojuegos, conectarse al internet, grabarse a si mismos.

Es curioso como estos jóvenes que se aíslan de sus propias familias tienen un contacto bastante estrecho con la tecnología, que se transforma en su único refugio. Podría parecer que es la misma tecnología la que causa este ensimismamiento, pero al parecer es lo contrario: los jóvenes, abrumados por una sociedad que les sobreexige, prefieren retirarse del juego y limitar su trato a las máquinas, que lo único que piden es que sean capaces de desarrollar sus habilidades para usarlas y configurarlas.

Y sin embargo, existe el otro extremo: aquella gente que tiene una intensa vida social en el exterior, pero la maneja mediante las herramientas que le brindan de manera conjunta la informática y el internet. Así, millones de jóvenes y adultos alrededor del mundo se conectan a través de las redes sociales, tales como Facebook, Hi5, Orkut o LinkedIn. Estos sitios hacen las veces de ágora, inventario y plaza de juegos, lo mismo que pueden servir como registro histórico o recordatorio de existencia.

Retomando el tema del artículo anterior, LinkedIn en específico se ha transformado en una perfecta opción para abandonar el tradicional Rolodex que todavía hasta hace algunos años se venía utilizando en las oficinas: el sitio de internet lo actualizan nuestros contactos automáticamente (a diferencia de la época en la que perseguíamos a nuestros clientes y proveedores cada 3 meses para averiguar si sus datos habían sufrido algún cambio); sirve también como una “plaza pública” profesional, en donde la gente que se conoce puede dar y recibir referencias y recomendaciones, y en general ayuda a mantener los contactos de negocios con una eficiencia nunca antes imaginada.

Las redes sociales en general tienden a contravenir la regla aquella del computer freak aislado, torpe social —sí, ese que nos recuerda mucho al hikikomori— que cuando despega los irritados ojos del monitor es sólo para comerse un twinki wonder o ir por una taza de café. Ahora, en general, quienes pasan las horas frente a los monitores son gente que también tiene una vida social fuera de la pantalla. Otra vez, realidad y virtualidad se mezclan: los jóvenes se conectan durante el día para decidir que van a hacer en la noche; juegan juegos en red con quienes han visto por la mañana, hablan por teléfono mientras chatean y suben fotografías…

En general, todos los demás mortales se mueven entre estos extremos, pero al menos en México el nombre del juego es “hacer más con menos”. Usar tecnologías es un símbolo de inclusión, de productividad, de capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos y mantenerse a la vanguardia. Uno de los mejores ejemplos de ello es la complejidad alcanzada por la industria de los celulares, y los efectos que esto ha tenido en los usuarios.

Vayamos por partes: tener un celular se ha transformado en una necesidad progresiva para mantenerse en contacto con el mundo. Ahora bien, dichos equipos tienen cada vez más características, y están disponibles en múltiples marcas y presentaciones, cada una de ellas con una imagen social determinada. Así, los usuarios de telefonía celular ya no sólo se preocupan por tener un teléfono que los comunique con el mundo, sino que esperan comunicar su posición social y su visión del mundo a través de dichos equipos.

Así, el usuario que compra una BlackBerry no sólo está haciendo gala de una mayor capacidad para el manejo de tecnologías —tema que quedará mejor incluir en nuestra siguiente entrega— sino que además está afirmando una imagen ante el mundo: “soy tan importante en mi trabajo, que no puedo despegarme de él; necesito saber lo que pasa aquí y ahora y estar disponible en todo momento”. Un mensaje del todo diferente al que puede dar el usuario que tiene un Sony Walkman anaranjado, de la serie W, o la usuaria de un LG Shine de color rosa.

Así pues, la tecnología es también una manera de plantarse ante la sociedad, un asumir roles a favor o en contra. Como diría Umberto Eco, jugar a los apocalípticos o a los integrados; y aún los primeros, con toda su resistencia, acaban sucumbiendo al uso de tecnologías. Admitámoslo: el hecho de tener avances que faciliten la aplicación práctica de los conocimientos es demasiada tentación, hasta para los neoluditas, quienes protestan en contra de las nuevas tecnologías y el rumbo hacia el que nos dirigen, pero siguen haciéndolo mediante foros de internet y blogs, y buscan en internet la información que necesitan para acabar con el sistema.

La tecnología, podemos afirmar, modifica a la sociedad tanto como la sociedad modifica a la tecnología. El origen de este cambio habría que buscarlo, por supuesto, en las nuevas generaciones. Ese será nuestro próximo tema.

La influencia de la tecnología en el ambiente de trabajo

Empecemos por definir tecnología. De acuerdo con la Real Academia Española, con esto nos referimos al conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico. Es decir que, desde el momento en que el primer hombre de las cavernas entendió que un objeto pesado podía servir para golpear cosas de manera contundente con él, estamos desarrollando tecnología.

Por lo visto, éste es uno de esos vicios humanos que tiende a no desaparecer, porque desde entonces la especie no ha parado: el fuego, la rueda, el mazo, la lanza, cocinar, sembrar… no ha habido una época en la que el proceso se quedara estático (ni siquiera en la Edad Media, mal llamada época oscurantista).

No todo ha sido sencillo. Al inicio de la Revolución Industrial, los luditas destruían las máquinas, con el fundamento de que harían que las personas perdieran su trabajo. Sin embargo, el progreso prosiguió su marcha tan campante, ignorando con singular alegría dichas referencias. Al final del día, el desempleo comparativo a niveles históricos no es mucho mayor, y la riqueza disponible alrededor del mundo se ha incrementado considerablemente.

A lo que sí nos ha obligado la tecnología es a replantearnos la forma en la que se realiza el trabajo: cada vez más personas tienen que enfrentarse a un entrono laboral cambiante, volátil, en el que se les exige mucho más conocimiento y mucha menos habilidad física. Por ejemplo, el obrero de una fábrica, que antes realizaba labores manuales pesadísimas, ha sido sustituido en ellas con bastante éxito por máquinas de gran poder y alta precisión (en esto, me temo, le dieron la razón a los luditas). Pero queda un espacio abierto: el de operador capacitado de esas mismas máquinas. La tecnología, pues, nos exige aprender competencias nuevas, estar en constante búsqueda de la mejora personal.

Aunque esto es obvio a estos niveles operativos, también ocurre en la economía de servicios, donde los puestos ya no son lo que eran hace 15 años. La aparición del fax, el correo electrónico, la videoconferencia, las computadoras (de escritorio y portátiles), los proyectores portátiles y otras maravillas cotidianas —que, a veces, de tan comunes se nos vuelven invisibles— han implicado beneficios considerables en el ejercicio de dichas profesiones, si bien han implicado a su vez mayores retos: de pronto, la factibilidad de realizar proyectos internacionales es muy amplia; las oficinas regionales dejan de estar aisladas —a días o semanas de distancia— de la oficina central; las decisiones y cambios se pueden comunicar de forma más veloz y directa.

Esto facilita la horizontalización del organigrama empresarial, que deja de ser rígidamente jerárquico para transformarse en una mezcla heterogénea de habilidades que están en constante contacto las unas con las otras, sin necesidad de mayores intermediaciones que el uso de programas informáticos. Un trabajador cualquiera de una transnacional promedio con oficinas en el Distrito Federal puede discutir en el mensajero instantáneo (cualquiera de los comerciales o bien alguno de los de uso especial para empresas) con un colega en Buenos Aires el proyecto que ambos están coordinando para una compañía alemana, al cual también asistirá un equipo de investigación de Asia, con el cual ya tuvieron un conference call la semana anterior.
Otro de los cambios importantes generados por la tecnología es la posibilidad de ejercer el propio trabajo desde el hogar de una forma mucho más amigable. Periodistas, redactores, investigadores, diseñadores —entre muchos otros— se han topado de pronto con la facilidad de realizar su trabajo con mucha mayor facilidad y movilidad que antes. Hace 20 años, un diseñador requería forzosamente lápices, gomas, juegos de geometría, un restirador: actualmente, basta con una laptop y algunas aplicaciones para poder realizar muchísimas de estas labores.

Además, las mismas industrias han tenido que replantearse. Por ejemplo, en México, myspace ha generado cambios evidentes en la industria discográfica, gracias a que ahora cualquier grupo puede promover sus sencillos ahí y transformarse en un éxito rápido, con poca o ninguna intervención de las disqueras, que más bien han tenido que aprender a seguirles el paso y responder a tiempo, subiéndose a esa ola mediante la selección y contratación de bandas directamente desde ahí.

Pero esto no sucede tan sólo con las discográficas. A nivel individual, los nuevos profesionales y las empresas pequeñas y medianas tienen que comprometerse con una formación continua, so pena de ser eliminados del campo de competencia laboral: si no manejan correo electrónico, no tienen teléfono móvil o no hay una página de internet en donde se pueda investigar más a fondo sobre sus productos o servicios, esta nueva dinámica de mercado produce que se transformen —prácticamente— en empresas invisibles. Claro que el lado opuesto de la moneda es la posibilidad que tienen empresas muy pequeñas para hacerse visibles gracias a estas nuevas tecnologías y al uso inteligente de técnicas de promoción y posicionamiento tales como el SEO.

La tecnología, como podemos ver, ha abierto muchas áreas de oportunidad para los individuos y las empresas, si bien a cambio requiere una capacidad de adaptación cada vez más puesta a tono con los tiempos que corren (literalmente). Pero no es sólo el entorno laboral lo que ha cambiado con las nuevas tecnologías. En realidad, hay toda una dinámica social en movimiento, que valdría la pena estudiar más a fondo en otro artículo.